jueves, 28 de agosto de 2008

De historia y árboles


En la naturaleza los árboles son signo de las estaciones y el tiempo, pero en el mundo conceptual al que llamamos ‘mundo’, ‘naturaleza’ y ‘tierra’, en ese universo que es a la vez creación y creador de lo humano, los árboles son víctima y testigo pasivo de la historia y sus transformaciones. La exposición ‘Árboles’ de Víctor Higareda, que puede apreciarse por estos días en el Museo de Arte de Mazatlán, nos muestra una serie de árboles maduros e intemporales que dan sombra y fruto sin intención de significar. Están ahí como forasteros representados por mano humana, viviendo la oscura capilaridad de sus hojas de plástico, partidos en dos por relámpagos astrales que nada tienen que ver con la cubeta que los riega o el hacha que los tala. En ese ‘estar ahí’ se encuentra su significado que proviene precisamente del mito: la naturaleza aislada, virgen, y la paciencia de las raíces que tejen vida en la reseca tierra ignorando la expansión de lo social.



Víctor traza su serie estableciendo una tajante dicotomía entre lo natural y lo cultural. En ella el hombre, preso de su doble constitución biológica y simbólica, se encuentra con el árbol como si este conservara aún su pureza y formara una ecología aislada de las transformaciones que impone el devenir de la historia. De esta manera las ramas se extienden a nivel cósmico y parecen resguardo y cobijo del enfrentamiento fetal del hombre con su propia praxis.


Tal vez por ese anhelo de naturaleza intocada, similar al que subyace a cierto discurso ecológico, hay breves momentos naif en la exposición: un naranjo de hojas maché ofreciendo sus naranjas solares o una procesión boscosa, multicolor y fosforescente, recortada sobre los cerros, que nos hace pensar en la Suave Patria de Velarde cuando habla de un país tan grande todavía “que el tren va por la vía como aguinaldo de juguetería”.


Desde mi mirada hay en los cuadros de esta serie una excepción: la del árbol de Culiacán que vive el tiempo de la sangre, ajeno a la traslación de la tierra para crecer escalado por lo humano. Es el árbol del crimen y la impunidad, el que hermana a políticos y narcotraficantes en la ramificación de la riqueza y la violencia, el que devuelve a la tierra la vida y muerte que corren por sus venas. Aquí encuentro a plenitud la discreta presencia de Víctor traduciendo su contexto objetivo, primordial condicionante de su subjetividad, en una obra que retrata la tragedia de nuestro mundo inmediato y nos reconcilia –fatídicamente- con él.

*Fotos de Víctor Higareda, cortesía de Ruy Alfonso Franco

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